martes, 25 de septiembre de 2018

Nuevo espacio

Estimados todos:
Este blog había caído en desuso. Es por eso que a partir de ahora podrán encontrarme en la siguiente dirección: Raúl Solís, escritor y editor en Libros del Conde, donde podrán encontrar un espacio en el que publiciltaré y mantendré actualizado todo lo concerniente a mi labor literaria.
Espero seguir contando con su compañía.
Gracias anticipadas.

Raúl Solís

martes, 1 de diciembre de 2015

Natalia (Raúl Solís)




Era diciembre. El otoño expiraba poco a poco y el viento frío calaba los huesos. Se hacía de noche temprano y los faros iluminaban las calles solitarias de mi viejo barrio. Hacía mucho que no lo visitaba, que lo abandoné buscando empezar una nueva vida lejos de todos sus fantasmas. Enfilé hacia el parque, el que está frente a mi antigua secundaria. El edificio ruinoso aún se erguía a pesar de sus pesares: rejas oxidadas, cuarteaduras en los muros garabateados. Lo miré y me detuve a mitad de la calle; los montones de basura sobre las banquetas hacían difícil andar en ellas. Nadie se molestó, no había tránsito por allí. Los alumnos ya habían salido de vacaciones, por lo que la escuela estaba desolada. Pequeños recuerdos saltaron a mi memoria, fragmentos fugaces de una etapa pasada de mi vida. Sonreí y seguí caminando.
El parque, también solitario, y alumbrado por escasas farolas –de las que la mayoría apenas emitían destellos intermitentes-, se extendió a mis pies. Las manos me sudaron, las guardé en los bolsillos de la chamarra. Mi respiración se aceleró conforme avanzaba. En ese momento volvió Natalia a mi memoria: las risas, los abrazos, los atardeceres que aquí contemplamos juntos, las palabras… Me detuve. Ese día se cumplía otro año, uno más, de la última vez que estuvimos juntos. Doce años se dicen fáciles: son toda una vida. Encontré la banca en la que solíamos pasar las horas y caminé hacia ella. Todavía podía recordar los rasgos de Natalia: el color de sus ojos, su cabello, el olor detrás del cuello… Me senté.
La tarde moría en el horizonte. El cielo se pintó de un azul oscuro y tonos rosados que agonizaban sobre la cordillera del Ajusco, a espaldas de la escuela. Arriba, algunas estrellas ya brillaban. La noche iba avanzando. El viento arrastraba el polvo. Miré a todas partes: no parecía haber nadie más en aquel sitio mal alumbrado. Saqué la cajetilla de cigarros y me puse uno en la boca. Volví a sentir esa pesada soledad que ella me había dejado al separarnos. Me estremecí. No supe olvidarla.
Una silueta se dibujó a la distancia. Poco a poco fue tomando forma. Avanzaba con lentitud. Detuve la respiración un momento y en un murmullo pronuncié el nombre de Natalia. Busqué los cerillos en mi chamarra sin dejar de ver a la misteriosa figura. Era la silueta de una mujer, lo adiviné por su talle. Y se acercaba a mí. Bajé la mirada y encendí el fósforo, arrimándolo a mi cigarro. Una ventisca fría apagó la llama. Miré el humo desvanecerse en el aire. Entonces escuché la voz de Natalia. Me llamó por mi nombre. Sentí un vacío en el vientre. No quité la vista del cerillo ennegrecido.
—Alberto, volviste –dijo con voz dura. Asentí-. Han pasado muchos años, ¿por qué ahora?
Reuní el valor para mirarla de frente. Al hacerlo, me encontré con una Natalia por la que no habían pasado los años, sentada a mi lado. Clavó sus ojos en mí y sentí una tremenda nostalgia. También sentí ganas de abrazarla, de besarla. Suspiré; bajé la vista. Encendí otro cerillo y lo acerqué al cigarro. Una gran bocanada de humo salió de mi boca. Entonces, respondí:
—Vine a recordar, Natalia. Vine porque cada año que pasa, en este mismo día, daría lo que fuera por estar contigo una vez más.
Me quedé callado.
—Tienes que olvidarlo, Alberto –dijo al fin-. Te estás haciendo daño. No se puede cambiar lo sucedido.
La noche brilló en sus ojos. Yo seguí fumando.
—Lo sé –respondí-. Sé que no puedo regresar el tiempo y convencerte de que te quedes conmigo; ni tampoco puedo borrar las cosas malas que te dije. Es sólo que… Natalia, ¿por qué tuvo que ser así? ¡Nos queríamos!
Sentí un ardor húmedo en los ojos y volví a aspirar otra bocanada de humo. No dijo nada, simplemente me miró compasiva. Otra racha de hojas secas y polvo pasó silbando por el parque; a ella no pareció molestarle. Añadió:
—Ya no te martirices de ese modo. Me estás haciendo daño a mí también. ¿No te das cuenta?
Su pregunta quedó suspendida en el aire. Supe a qué se refería pero no comprendí del todo. No dije nada. Llevé de nuevo el cigarro a mi boca pero ya se había consumido. Lo tiré. Tomé otro de la cajetilla, lo puse entre mis labios; encendí un nuevo cerillo y lo protegí del viento. La pequeña llama iluminó débilmente la palma de mi mano. Hubo un largo silencio entre los dos.
—¿Sabes que he muerto? –preguntó de repente.
Me quedé paralizado. No supe qué decir, ¿o a caso había algo que decir después de eso? Las manos me temblaron, un sudor frío me recorrió el cuerpo. El cerillo se consumía en la punta de mis dedos. Consternado, acerqué el fuego al cigarro y lo encendí, expulsando una bocanada de humo. Volví la mirada. Ella había desaparecido.


Ajuste de cuentas (Maldurmiente, 2015)
©2015, Raúl Solís
Derechos reservados

martes, 17 de noviembre de 2015

Ajuste de cuentas (Raúl Solís)



Este es mi primer trabajo recopilado. Parece fácil, pero no lo es. Este libro ha requerido una gran cantidad de esfuerzo y dedicación para llegar a su presentación final. Son cuentos escritos con distintas técnicas, en distintos géneros. El proceso de creación me llevó a recurrir a grandes autores a los que más tarde traté de emular. Puede decirse que es la búsqueda de una voz narrativa personal a través de las voces de otros, o una selección del trabajo más representativo de mi aprendizaje y desarrollo literario.

Ajuste de cuentas está conformado por quince relatos cortos, en su mayoría, y algunos de mediana extensión. Los géneros de los que me valí para contar estas historias son principalmente el realismo (Janis, El velorio de Luis, Jimena), aunque las hay también fantásticas (Grbna-ha, Banco de sangre, Natalia), policiaco-ciencia ficción (Abducidos, recientemente publicado en la antología de relatos y cuentos Terror en la ciudad de México, 2015), humorísticas (Después de muchos años, El vagón) y de terror (La mujer del velo). El resultado es un libro multifacético, diverso en sus formas y técnicas.

En la presentación de este libro, Humberto Guzmán (escritor y periodista cultural), autor de las novelas La congregación de los muertos o El enigma de Emerenciano Guzmán (2014), Los extraños (Premio Nacional de Novela José Ruben Romero, 2000), Los buscadores de la dicha (1990), entre otros, escribió: su constancia le hizo encontrar frutos narrativos. Le vi desarrollarse de menos a más y, así, fue escribiendo cuentos cada vez mejor relatados, convincentes y también con ese ingrediente que hace que su lector no se distraiga. Yo, por mi parte, espero que sea un paso firme dentro de este oficio.





Raúl Solís (1989) fue alumno de Humberto Guzmán (Premio Nacional de Novela José Rubén Romero, 2000, por Los extraños. Premio de Periodismo José Pagés Llergo, 1998, entre otros) en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, de 2011 a 2015. En 2012 asistió al Programa de Escritura Creativa del Claustro de Sor Juana. Fue finalista del concurso internacional Cada loco con su tema (BENMA editoras, 2013) y parte de la antología de relatos del mismo. Participó en la antología de cuentos y relatos Terror en la ciudad de México (Libros del Conde, 2015). Tiene un relato publicado en la Gaceta de la Preparatoria 5 de la UNAM, donde fue alumno, y recientemente en el fanzine Kinkies... literatura que ensucia (año II, no.4).


relatos cuentos

libro relatos cuentos